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BUSCANDO EL PARAÍSO

12 diciembre 2017

BUSCANDO EL PARAÍSO

¿Qué buscan esos niños que corren detrás de los autobuses de turistas en las ciudades fronterizas del Estrecho...

¿Qué buscan esos niños que corren detrás de los autobuses de turistas en las ciudades fronterizas del Estrecho, agarrándose a sus traseras, laterales, en plena marcha, con gran peligro de sus vidas? ¿Qué hacen colocándose como un reptil, aprovechando algún hueco imposible entre los guardabarros y la plataforma superior, pasando allí la noche, a la espera del viaje que presienten?

¿Por qué están en las calles, en los cruces de carreteras, al lado mismo de los puestos fronterizos, esperando una breve parada para deslizarse debajo del vehículo con una rapidez que apenas si nos permite verlos maniobrar? ¿Cómo soportan allí el humo, los gases, los vaivenes de la marcha, curvas, badenes, levantamientos peligrosos?

¿Cómo se atreven incluso a interceptar la marcha, colocando vallas, que nos hacen parar, lo que aprovechan para deslizarse vertiginosamente entre las ruedas?

Y al llegar a la frontera y ser desalojados, con mejores o peores maneras, tiznados de carbonilla, medio asfixiados y sucios; rotos sus pantalones y el abrigo con capucha, doloridos, renqueantes, ¿cómo se atreven a un nuevo y otro más, y más y más intentos, sonriendo al turista que los mira con incredulidad?

¿Qué paraísos buscan en este lado norte del Estrecho, donde alguno puede que llegue y se encuentre con un mundo de prisas, que no ha de detenerse a contemplar su desmoronamiento ante las luces que se apagan en su esperanza desgarrada pero nunca perdida, porque perdido sienten que ya lo tienen todo?

Una vez más los versos de Rosalía de Castro nos vienen al encuentro: ¡Cuánto en ti pueden padecer, oh, patria/ si ya tus hijos sin dolor te dejan. Pero tal vez no la dejen, no dejen a los suyos, su tierra, su familia, sin dolor, sino que ya el dolor es compañero de fatigas irremediablemente inseparable y han de buscan la vida que en su suelo no encuentran, y dirán -como Salvador Távora- que vinimos porque nos faltaba/ la sal pa el gazpacho/ y el aceite verde/ pa echársela al pan.

Veo, vemos, con asombro infinito, a esos muchachos de entre no más de diez años y puede que los mayores con dieciocho, que se empeñan en entrar en nuestro “paraíso” por la puerta bajera que conforma el chasis de nuestros autobuses. Son muchos. No se intimidan en su entrometida e imposible empresa ni ante la concurrencia de las calles de la ciudad, ni ante la peligrosidad de las carreteras, ni ante la amenazante presencia policial de la frontera. ¡No están dispuestos a perderse el paraíso que ven, que casi palpan, en los anuncios y las series brillantes de la televisión occidental! Está, en sus sueños, tan cerca, tan al alcance de la mano, que  no se perdonarán ellos mismos seguir impasibles ante el festín de la abundancia sin medidas.

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