El año 2015 puede ser el del cataclismo político y electoral que provoque el fin del espíritu de la transición y nos conduzca a territorios de complicada gestión. Hablo de España, claro, pero, sobre todo, hablo de Extremadura y sus ciudades y pueblos. El futuro que se muestra ante nosotros dibuja un panorama muy poco alentador para la estabilidad política, económica y social. Desde la irrupción de formaciones populistas con propuestas arriesgadas hasta las consecuencias demoledoras que pueden suponer para nuestra economía la ingobernabilidad de la Región y de un buen puñado de los principales ayuntamientos. Desde los discursos frentistas cuando no rupturistas hasta aquellos planteamientos que rezuman demagogia o falta de realismo. Nos adentramos en una política regional y local de arenas movedizas donde el sentido común y el servicio a la comunidad pueden ser anulados por una excesiva ideologización o un partidismo incontrolable.
Obviamente, vivimos en una democracia donde todo el mundo tiene derecho a opinar, a expresarse libremente, a presentar una formación política y a elegir la opción que más le convenga pero asustan aquellos que, valiéndose del sistema, pretenden destruirlo o esos otros que, a rebufo de la congestión social, pretenden sacar réditos a causas poco edificantes. Hay demasiado ruido, demasiados intereses, demasiados portavoces políticos y sociales que se erigen en representantes de una comunidad que es mucho más diversa, plural y madura de lo que ellos piensan pero que también es vulnerable y expuesta a vientos de confusión y discordia que pueden alejar inversiones y asustar iniciativas y proyectos generadores de riqueza, empleo y, por tanto, bienestar. A veces, hay políticos o seudopolíticos que no son conscientes de que, al hablar, hay gente escuchando y, dentro de esa gente, hay ciudadanos, vecinos, empresarios, comerciantes, artistas, autónomos, padres y madres, jóvenes, mayores, en fin, todo un tejido social con sensibilidad extrema que puede administrar de forma muy negativa el miedo, la tensión, el emprendimiento o el riesgo.
Necesitamos instituciones fuertes, gobernables, con partidos serios y maduros que apuesten por el futuro de Extremadura y sus gentes, con líderes políticos que tengan una perspectiva amplia de las necesidades existentes y las soluciones posibles En ese ámbito, suenan a oportunismos delirantes –aun estando en su derecho; similar al nuestro a opinar lo contrario -las protestas –con pancarta y megáfono- contra el concierto de Woody Allen en Badajoz, a localismos intrascendentes como las protestas por la venta de la residencia oficial del Presidente en Mérida y a demagogias insultantes algunos episodios relacionados con la solidaridad de las instituciones. Estos tres modelos no son más que un anticipo de lo que puede pasar en unos meses si los políticos no somos capaces de trasladar a la sociedad un mensaje nítido de compromiso, de responsabilidad y de ejemplaridad. Un mensaje que ha abanderado el Partido Popular a lo largo de esta Legislatura a pesar de la ruina económica heredada, de algunas formaciones ancladas en el cuanto peor, mejor y de la falta de apoyos de quienes convirtieron todas sus promesas en papel mojado y números rojos.
Extremadura puede verse abocada a un laberinto sin salida o, por el contrario, continuar por la senda del crecimiento que permita seguir manteniendo y ampliando servicios básicos y necesarios para los extremeños así como crerar expectativas favorables de futuro.
