El cine se inauguró con la proyección de la película "La amargura del general Yen", en el transcurso de un acontecimiento de glamour y cacereñismo distinguido de la época. Y un cine, al tiempo, con el que la sociedad cacereña se volcó de modo significativo.
Todo un acierto logístico y económico, que es lo más importante, que para eso se ponen en marcha los negocios, de su propietario. El ceclavinero Juan Pérez, que se alzó como uno de los empresarios más decididos de la época, en una apuesta que resultaba compleja. Más aún si tenemos en consideración aquella difícil época, en una pequeña capital de provincias, mientras la sociedad echaba en falta, eso sí, la puesta en marcha de motivaciones de carácter recreativo y de diversión.
El Cine Norba se había enclavado, con una gran visión de futuro sobre el crecimiento de la ciudad, en el medio de la columna vertebral de Cáceres, y por una zona por la que ya se iba extendiendo ampliando y creciendo la ciudad con unas connotaciones de lo que podemos definir, sin lugar a dudas, como de alto standing.
Un cine, el Norba, que llegó a conformarse como un elemento de gran relieve en el paisaje social de Cáceres. Uno de los cines más grandes de España, hay quien señala que llegó a ser el segundo de mayor aforo, cómodo, construido con todo tipo de detalles, de gran trazado, y que, fruto de una acertada política comercial, entre sesiones numeradas, infantiles, estrenos, dobles, féminas, reparto de propaganda los días festivos con reparto de prospectos en el recorrido entre el Cine, San Antón, San Pedro, la Plaza de San Juan, Pintores y la Plaza Mayor, y no se si alguna otra tipología, lograba un éxito clamoroso de público, mientras, sobre todo las mañanas de los domingos, se generaban largas colas ante las ventanillas, de cacereños para adquirir las localidades.
Previamente parte de los asistentes a la proyección de las películas se abastecían, entre tiendas, el puesto de la Quica, apostado acertadamente enfrente del cine, y el bar del Norba, de buenas provisiones, de una diversidad de frutos secos y dulces que dejaban un sonido especial durante las sesiones. Entre desenvolver el caramelo o el regaliz, mascar pipas, explotar bombas de chicles, mientras avanzaba la proyección cinematográfica.
Y por el Cine Norba, mientras transitaba la evolución cinematográfica por su pantalla al hilo de todo tipo de películas, también desfilaba, de uno u otro modo, el todo Cáceres. ¿Qué cacereño, antes de su cierre, allá por 1.967, no se ha sentado en algunas de sus butacas de patio, de palco, de anfiteatro o gallinero para seguir los desenlaces de los films?
Allí se escuchaban, como en todas las salas de cine, cuchicheos, conversaciones, los chists de quienes pedían silencio, lo mismo que había espectadores postergados que necesitaban el auxilio del acomodador con la linterna, haciendo levantar a todos los acomodados en las butacas mientras los mismos inclinaban la cabeza para no perderse ni un solo detalle de la escena y de la secuencia.
El cine Norba. Un emblema de la ciudad donde se gestaron muchos recuerdos, de imágenes, de estampas, de secuencias personales protagonizadas por miles y miles de cacereños de diversas generaciones. Entre conversaciones intranscendentes hasta besos robados en la semioscuridad de la película, entre aplausos cuando el bueno de la película salvaba los apuros del desenlace final hasta lágrimas con películas emotivas, desde suspiros hasta manos que se juntaban en el amor juvenil, desde miedos en las películas de terror pasando por carcajadas que aún retumban por los aires del Cáceres cinematográfico que tuvo en el Cine Norba uno de sus buques insignias.
Todo ello hasta que el 31 de julio de 1.967 se echó el cierre al mismo a consecuencia de la voracidad de los nuevos tiempos que creaban y ponían en marcha nuevas sugerencias, nuevas modas, nuevos perfiles sociales y recreativos. nuevas distracciones y pasatiempos, nuevas vías de ocio. Mientras en su amplio espacio cinematográfico, que de repente enmudeció con el candado del adiós quedaban amontonadas en el aire y hasta en las evanescencias miles de proyecciones, miles de aventuras, miles de conversaciones, miles de paseos a su alrededor ante las gigantescas carteleras. Y miles y miles, claro es de sensaciones y de sensibilidades que empezó a inundar de nostalgias a los cacereños.
¡Cuántos cacereños asistimos, perplejos, acaso sobrecogidos, con el cierre, y posteriormente con la piqueta, al derrumbamiento de un edificio simbólico en Cáceres, mientras algunos, hasta donde tenemos conocimiento, soltaban lágrimas de adioses...!
Y es que, al final, los tiempos mandan...