Una vez finalizada la vendimia comienza una de las épocas más espectaculares, el otoño. A medida que se acorta el día y bajan las temperaturas, las hojas de la viña comienzan a cambiar de color. Se tiñen de colores amarillos, rojos, ocres… Y nos dice que se va “a dormir”. Necesita descansar, coger fuerzas para el año que viene. Otros colores en cambio, están en plena actividad. Los ocres y verdes del castaño se mezclan con el rojo del madroño. Los verdes y negros de las aceitunas con las marrones de las bellotas. Y si miramos al cielo, podemos ver los bandos de las aves migratorias en forma de flecha negra como las grullas. Y los amantes de las setas invaden el campo con sus cestas en busca del preciado tesoro. En cambio, la viña se retira dejando a su paso los colores de su “piel de otoño”. Las hojas comienzan a amarillear y a caer al suelo, crujientes y resecas.
Desde el punto de vista fisiológico esto es debido a que cuando la cepa deja de crecer en el mes de agosto, se produce el agostamiento del pámpano, es decir, los tejidos empiezan a enriquecerse de sustancias de reservas. Y como consecuencia de este enriquecimiento, se pierde la clorofila modificando su color y adquiere al mismo tiempo más consistencia convirtiéndose en sarmiento. Es en el mes de octubre a noviembre cuando comienzan a bajar las temperaturas y se produce la caída de la hoja.
La viña se ha encargado de alimentar a sus hijos, los racimos, y después cuando ellos se independizan, se empieza a cuidar a sí misma y coger fuerzas para el año que viene. Como las “hormiguitas” va almacenado comida para el invierno. Las sustancias de reserva que contienen las hojas descienden hasta el brazo, trono y cuello. Las hojas como consecuencia se amarillean o se tiñen de varios colores, se desecan y caen finalmente. De ahí esos colores tan bonitos que vemos ahora en la viña. Entrando en su reposo invernal. Decansad mis pequeñas…
Gracias por estar al otro lado.
Yolanda Hidalgo
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