Hace unos días, la prensa regional se hacía eco de una decisión del Ayuntamiento de Don Benito por la que se había determinado sancionar a los dueños que dejaran “abandonados” en la calle los excrementos de sus perros, de tal forma que los agentes de la policía local procederá a denunciar a los propietarios de perros que permitan a sus perros “hacer caca” en las calles y no las retiren.
En aras de la precisa y muy necesaria limpieza de la ciudad, de la calidad de vida de los convecinos, afectados por la, cuando menos, dejadez de esos pocos dueños de perros que muestran conductas tan poco sociales y nada solidarias con los restantes habitantes que se ven obligados a soportar, y a pisar, las cacas de sus perros. Porque es claro que muchos, muchísimos, de esos propietarios de perros usan de la bolsita con la que recoger los excrementos de sus mascotas y mantienen limpio su entorno urbano. Todos los hemos visto y merecen el público reconocimiento por su “civismo”, entendido, de acuerdo con la Real Academia Española como aquel comportamiento respetuoso del ciudadano con las normas de convivencia pública, la vieja y siempre necesaria urbanidad que nos muestra las mínimas exigencias de nuestro comportamiento que hacen posible la vivencia en sociedad, lo que ha de manifestarse tanto en nuestros válidos comportamientos con nuestros semejantes y con nuestro entorno natural, en el que los objetos públicos ocupan lugar destacado.
Las personas, las que parecen cada vez menos personas que dejan “el regalito” de su mascota en la vía pública, muestran así unos elevados grados de ausencia de conciencia social y de total y punible despreocupación hacia sus semejantes, que, en el mejor de los casos, habrán de deshacerse del presente que les llegó a sus zapatos cuando no sea el cuerpo de un niño jugando en el parque “usado” antes por el inocente animalito. Y muchos de nosotros tenemos poco gratas experiencias de esas realidades que propician esas gentes tan insolidarias.
El civismo parece les ha abandonado. Y digo “les” porque no tengo perro. Si lo tuviera, igual me mostraba tan incívico. Como sucede con cualquiera de nosotros que actuando como peatones hacemos caso omiso del “muñequito rojo” que en los semáforos nos manda detenernos y cruzamos la calle. Muchos de nosotros, entre ellos me incluyo, somos tan poco cívicos –y no es que tengamos tanta prisa como para cumplir con ese deber cívico, que a lo mejor hasta nos salva de ser atropellado- que cruzamos con “el muñeco en rojo”.
Una mínima experiencia. Permanezca próximo a un semáforo y observelas conductas de las personas. Alguna se lo saltará. Mirará a ambos lados de la vía y ante la ausencia o lejanía de vehículos, cruzara la calle,.. ¡y veras a alguna persona mayor ejecutando la arriesgada tarea! Y cuando en un grupo numeroso que espera “el muñeco verde”, una de ellas cruza indebidamente, su ejemplo cunde y buena parte la imita.
Y no me planteo ya cuando cruzamos por medio de una calle, lejos de cualquier semáforo o paso de peatones.
Y esta realidad me lleva a una muy simple dual reflexión: difícilmente, nunca, cuando conducimos un coche, se nos ocurre saltarnos en rojo un semáforo, ¿y por qué lo hacemos cuando somos peatones? Y, ¿por qué la autoridad local o estatal justamente me multa cuando como conductor me salto un semáforo y no lo hace cuando siendo peatón comento el mismo quebrantamiento? ¡Cosas veredes…!