Con el comienzo del curso, ( en su más amplio sentido, pero en nuestro caso nos vamos a centrar en el político), todo parece que nace de nuevo. Es el concepto de palingenesia, que aplicado a la biología nos viene a decir que los seres nacen, viven, mueren y vuelven a aparecer. En el caso de la política, algunos autores lo aplicaron a los fascismos, tratando de explicarlos como una reencarnación de lo que representó el imperio romano. O en filosofía, la conocida teoría del eterno retorno.
Entrando en la cuestión que nos ocupa, y a diferencia del curso escolar que surge con las risas ( a veces llantos de los más pequeños que apelan a lo desconocido), la ilusión por los reencuentros y la energía renovada de los comienzos, decíamos, que otra cosa muy distinta es el inicio del curso político.
En éste, la vuelta a empezar viene acompañada de malas costumbres no desterradas: el insulto, el tono grueso, la amenaza…
Así podemos observar, fundamentalmente en la derecha, el grado permanente de insatisfacción, frustración o hablando claro, mala educación. Cuando no se limitan a cambiar constantemente de opinión o a tener en un hilo el mantenimiento de su palabra.
De esta forma, si el gobierno de España contribuye a aminorar un problema internacional, como es la represión hacia la oposición venezolana, personalizada en la figura de su actual máximo representante, la derecha sale en tromba, primero a mostrar su desacuerdo, bajo pueriles argumentos, luego a expresar un sí pero no, para finalmente acabar haciendo batalla política y cuestión de enfrentamiento parlamentario de algo en lo que la imagen de España como tierra acogedora de exiliados es, tan solo la demostración de devolución de lo que alguna vez nosotros también perseguimos: acogimiento tras la huida masiva que se produjo como consecuencia de la atroz represión ocasionada al final de la guerra civil.
Ahora que queremos volcarnos en Extremadura en el reconocimiento de las similitudes, de los encuentros, de las afinidades, que tenemos con América Latina, es un buen momento para mantenernos unidos en temas como el que acabamos de citar.
En relación a temas internos, es cierto que nos va a ocupar ( y preocupar) asuntos relacionados con la solidaridad entre territorios. Si ya hablamos en el anterior artículo de cómo los extremeños contribuimos al desarrollo de regiones como Cataluña, es un buen momento para aconsejar la difusión de películas como “El47” que narra el activismo social de un emigrante extremeño que se marchó de su tierra impulsado por la represión sufrida en sus propias carnes: a su padre lo asesinaron los franquistas y lo arrojaron al fondo de la mina Terría en Valencia de Alcántara. En Barcelona, fue, como diría el presidente Salvador Illa, un catalán más. Porque catalanes fueron aquellos que llegaron a Cataluña a contribuir a hacerla mejor. No olvidemos, pues, la necesidad de concreción de la solidaridad interterritorial. No volvamos, en virtud de la paligenesia, a repetir los mismos errores.