Me llama poderosamente la atención esa imagen-costumbre navideña que nos ponen en la tele en la que algún personaje, o personalidad, se mete en el agua de un acuario con tiburones... Tiene su mérito, no lo niego, y como acción publicitaria y de marketing, también debemos reconocer su valor... Pero más que enjuiciar la temeridad o valentía, o ponderar el límite entre la ocurrencia original y llamar la atención artificiosamente... La imagen me suscita no pocas evocaciones o paralelismos vitales.
Hay grandes peceras y acuarios sin agua en nuestra vida cotidiana, donde con cierto control o sensación del mismo, nos adentramos a nadar o bucear con peligrosos ejemplares. Véase un sencillo: las motos circulando por las grandes ciudades. Desde luego es una elección y desde ahí se presume que uno ha asumido los riesgos que conlleva, pero no deja de impactar la fragilidad que presentan “zig - zageando” entre poderosos turismos o grandes furgonetas, hasta camiones (también nuestros peces protagonistas son de muchos tamaños y tipos), que con un simple movimiento desencadenarían un importante percance... No deja de recordarme a lo de los tiburones.
Y más aún, en general, muchos foros empresariales, institucionales, incluso políticos, con pretensiones colaborativas y de pluralidad participativa, terminan por parecerse mucho más a esos acuarios con esos agresivos y legendarios animales... Pero la diferencia radica en que las paredes de los acuarios suelen ser transparentes y uno aprecia y ve los movimientos que se producen en su interior y a sus protagonistas. El caso, es que aquello, aun con otros “peces”, supone bucear entre tiburones, y que el buceador novel no haya advertido, ni decidido, y por supuesto no tenga asumido los riesgos, al no percatarse de los compañeros de buceo.
Sea como fuere, me parece que la “vida exterior” se asemeja más a ese tipo de experiencias que a otras más relajadas, controladas y amistosas. Hasta el punto de que parece, y lo es, una ventaja, que ya que uno se baña con tiburones, lo haga entre paredes de cristal y con estos escualos más acostumbrados o entrenados para la compañía... Porque el mar abierto, esto es, los tiburones en su hábitat, dan poca opción a la lírica y a la calma.
Y desde aquí y para la vida de cada día, con los tiburones de excusa, también nos sirven los mismos consejos, incluso contradictorios o secuenciados que todos sabemos (por la ficción mayormente, o documentales sobre el tema) para gestionar esas, en principio, impensables situaciones acuáticas: nadar deprisa para que no te alcance, permanecer inmóvil y sin gestos bruscos cuando están muy cerca; evitar la sangre, controlar las emociones y mantenerse frío, esperar ayuda...y rezar... Y antes de todo eso, no meterse en el agua y a ciertas profundidades si uno no está preparado, si no se nada con soltura y cierta capacidad, y si uno no conoce las aguas. ¿No os suena?; ¿no os parece extensible a muchas situaciones de “secano” y de rutina?... A mi sí...
De todas formas desde que escuché las palabras de Bruce Lee, tengo la verdadera solución: “Be water, my friend”. El tiburón necesita el agua, el agua controla al tiburón, el agua penetra donde quiere por estrecho que sea el destino, puede ser fina o torrencial, serena o agitada, adopta la forma de su recipiente, siempre deja huella, aun un momento; desgasta y erosiona la roca, genera fertilidad, limpia, refresca.. “Be water, my friend”... y ten cuidado con los tiburones.