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Tolerancia unilateral

03 diciembre 2018

Tengo la impresión o la percepción de que la incoherencia se está generalizando de tal modo que se sitúa entre tendencia, costumbre y algo más que vicio consentido...

Tengo la impresión o la percepción de que la incoherencia se está generalizando de tal modo que se sitúa entre tendencia, costumbre y algo más que vicio consentido. Esto se aprecia claramente cuando se trata o se usa la palabra tolerancia, porque es algo que cada cual quiere o espera ineludiblemente en el otro hasta el punto de exigirlo de modo imperativo y calificar su falta, total o parcial, de gravedad extrema y hasta imputarle matices punitivos. Ahora bien, esa vehemencia proyectada en el prójimo no se corresponde proporcionadamente con los actos propios, desde el mismo momento en que se es radicalmente intolerante con cualquier actuación interpretada personal y subjetivamente como tal. Esto es, somos muy intolerantes con lo que entendemos como intolerancia, y por tanto no toleramos al intolerante. Este juego de palabras de contaminación casi “kafkiana” rozando el trabalenguas resulta bastante común en muchos foros, redes sociales, tertulias...Y contemplando con cierta distancia esos contextos se cae en la cuenta de la incoherencia que acarrea erigirse en adalid de la tolerancia y en garante del límite de la misma.

 

Todo esto me surge porque el otro día leyendo un foro de una red social, en los comentarios sobre un post taurino, un “tolerante” antitaurino dedicaba toda serie de “lindezas” en forma de insultos de alta gama y bajas prestaciones educativas, a la autora del mini artículo en pro de la fiesta nacional y sus bondades, donde incluso utilizaba frases de otros para fundamentar su versión de esta polémica que también eran merecedoras de descalificaciones impertinentes y agresivas. Una de las palabras utilizadas desde la “contra” era precisamente la intolerancia que demostraba la atrevida opinadora al apoyar la tauromaquia frente a la posición de los que se ubican en una determinada forma de entender la defensa de los animales en el caso concreto. En definitiva, era intolerante la postura de aquella porque no coincidía con la suya. Este ejemplo recurrente, se sucede en otros ámbitos, léase: política, deporte... Donde se pone en juego la tolerancia generalmente respecto del interlocutor, sin un mínimo ápice de reflexión propia. De esta suerte la palabra en cuestión, su semántica, sus connotaciones, su idiosincrasia...se va distorsionando, devaluando, terjiversando, o estirando, dotándola de una volatilidad perversa, que permite aplicarle el “y tu más” en cualquier sentido y dirección.

 

 

Cuando era niño uno de esos curas-maestros, especiales, que te marcan y cuya labor se convierte en  equipaje para tu vida, nos hablaba de la raya, de los límites, de la libertad y la responsabilidad, y conjugaba todos esos términos para enseñarnos que nuestra libertad venía vestida de la responsabilidad de saber o descubrir donde poner los límites en nuestros comportamientos, hasta dónde llegar. Eso tan difícil y complejo es clave para manejarnos, y es crítico cuando se incorpora a tan compleja ecuación emocional la reciprocidad. Nada hay más necesario para la libertad que la responsabilidad para ejercerla y reconocerla. No podemos ser flexibles con lo que es evidentemente intolerable, pero tampoco podemos ser intolerantes para defender la tolerancia en sí misma. La intolerancia genera intolerancia, y sobre todo demuestra incoherencia, y la incoherencia resta credibilidad para defender cualquier cosa. No abogo con ello por la fragilidad o debilidad ante lo inadmisible, pero para estar contra lo incorrecto o inaceptable es mucho más eficaz el camino de la honestidad, de la integridad, de la convicción, que el de la agresividad o la confrontación.

 

Y es que caminamos hacia un mundo “anti” donde la defensa de lo propio se sustenta básicamente en el desprecio de lo ajeno; y donde el argumento y su exposición se aderezan de gestos agresivos, irrespetuosos, y hasta violentos hacia los pensamientos distintos, con la preocupación añadida de que esas posiciones enarbolan la bandera de la tolerancia, de la razón, y hasta de los principios. ¿Qué estamos haciendo para que en el nombre de los mismos valores se justifiquen comportamientos opuestos?.

 

La educación es la solución. Educación que debe ocuparse y preocuparse por sensiblizarnos al menos de modo que nos resulte aberrante asistir a un diálogo en el que una de las partes suelta eso de “esa hijo puta intolerante ...”; y nos permita equipararlo a uno que escupe hacia arriba. Y desde aquí estemos alerta ante esa condición humana que se activa de modo imparable consistente en atacar y reprochar al otro perdiendo la conciencia del acto propio. Hay muchas actitudes de ida y vuelta, que para que tengan retorno tienen que tener salida. Una de las principales es la tolerancia que lejos de asimilarse a la permisividad de lo injusto, tampoco puede acercarse a la destrucción ofensiva del contrario. La tolerancia deber ser un marco de convivencia, no una exigencia unilateral, y el marco comienza en un circuito que arranca en el que tolera aun sin esperanza pero con conciencia. La raya está donde cada uno encuentra al prójimo y para eso es más valiosa la mira que la vista, porque algunos son capaces de ver, donde otros sólo miran.

 

 

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