Dicho de otro modo más llano: la obsesión por etiquetar a las personas. Así, lo que viene a ser una inestimable garantía de seguridad cuando de productos agroalimentarios se trata, se convierte en un encorsetamiento estereotipado y alienante cuando se aplica a sujetos activos que son y hacen por sí mismos. El “y tú de quien eres”, o “ de donde vienes”, o “ a ver cómo te mueves”, como preguntas esenciales para derivar en un análisis que se extrae del continente y su apariencia, y se extrapola sin justificación al contenido.
Rechazo, repruebo, soy moderadamente intolerante con el etiquetado personal, porque evidencia una pobreza cognitiva y una comodidad muy común pero perniciosa. Ese etiquetado o trazabilidad personalizada se entiende como relacionar y vincular actos, posicionamientos, apariencias, costumbres y opiniones con un determinado estilo o calificación inamovible y preestablecida que conlleva unir inexorablemente a quien proyecto algún aspecto o varios de esos preclasificados con una condición también establecida a priori.
En ejemplos gráficos y hasta banales, una determinada forma de vestir, o una opinión con matices ideológicos sobre un tema concreto, la lectura de un periódico determinado, ser seguidor o simpatizante de un deporte, de un equipo, o incluso de un artista, escritor, actor o cantante; vivir en una zona u otra; conducir un coche con unas caracterísiticas y de una marca u otra; hábitos de comida, de vida, gustos sociales o culturales; la dedicación profesional o el medio de vida... Todo sirve como indicio, o hasta como irrefutable axioma de quien eres, o vas a ser, y hasta lo que se puede esperar de ti. Es más, ni siquiera se atiende a un conjunto de esos elementos definidores, bastando apreciar u observar uno de ellos para la clasificación y el etiquetado final. Y de ello dos derivadas perversas: se asume que conocido y detectado un aspecto o algunos indicios para encasillar al sujeto, no hace falta investigar ni analizar o conocer más; y por otra parte, se concluye precipitadamente y de forma cretina que la persona ya calificada y clasificada, no cambia, evoluciona, involuciona o se adapta.
Desde ahí la mezcla o combinación de estereotipos de distintos “cajones” y relacionados con etiquetados diferentes e incluso incompatibles, provocan recelo, desconcierto, y tal vez hasta el diagnóstico lego de “flipado”, incoherente y el efecto directo es la desconfianza cuando no la marginación...
Y si trasladamos esto del contexto social al ámbito político nos topamos directamente con el laberinto del minotauro de las ideologías, que se adueñan y patrimonializan esas conductas y estereotipos, para etiquetar a sus “ejercitos” y detectar “enemigos”, y donde el minotauro aparece porque todas ellas acaban utilizando el mismo laberinto y las mismas paredes aun coloreadas y sorteadas de otra forma.
Esta dichosa tendencia al etiquetado humano alcanza en mí niveles de repulsión cuando la consecuencia de que la etiqueta asignada sea o no la del cajón, dé lugar a la aceptación o discriminación y vigilancia correspondiente. Y cuidado con el “sin etiquetar” porque suscita inquietud, cautelas y prebendas, advertencias y distancias por igual. Si al mirarnos al dorso no tenemos etiquetado definido, recibiremos sonrisa de protocolo y vacío de protección.
Y claro una vez puesta una etiqueta por el mencionado mecanismo de “rigor científico” quitársela es misión harto dura y compleja, y el sello ya te sitúa en un estante, pasillo o cajón social del que resulta difícil salir, porque hay uno o unos pocos que se encargan de visar la trazabilidad y aplicar el etiquetado, y el resto son meros seguidores, imitadores u opinadores “de oídas”, que además de etiquetados están lobotomizados...
Vivir sin etiquetar implica un compromiso continúo con la responsabilidad de cuestionarte y cuestionar lo que haces y porqué lo haces, de tomar decisiones que no obecen a patrones inmovilistas; supone emociones, luchas internas, posicionamientos no idénticos ni férreos, aunque siempre firmes y atrevidos... Y hay que tener cuidado con la línea que separa al “inetiquetable”, del “sinetiqueta”, porque este último sólo piensa en no tener sello y actúa para que no se lo pongan, cambiando sin criterio o con el sólo criterio de cambiar y por lo tanto ya está condicionado por esa peligrosa obsesión de la trazabilidad, y configura una etiqueta específica “el sin”, a base de rebeldía caprichosa, incesante e inconsistente. Por el contrario el “inetiquetable” no piensa en el sello que le puedan poner, no le importa, no le condiciona, piensa, actúa y cree por sí mismo, puede coincidir con algún etiquetado o con ninguno o con varios hasta contradictorios en momentos distintos, pero no puede trazarse su origen, ni su destino a priori, porque lo construye en cada paso... A estos últimos la sociedad o el sistema los intenta almacenar en un “outlet” cultural en formato de gueto localizado y controlado, que con resignación y cierto temor intentan describir y catalogar como “los independientes”...
Pero el “outlet” se va llenando y las puertas no sujetan al numero de “inetiquetables” que se hacinan en ese espacio abstracto... Se reconocen entre sí, y los impostores no resisten el vía crucis completo...
Con perdón: no etiqueten...sin conocer el producto... porque es una virtud humana no ser necesariamente trazables.