Esta mañana una de las noticias que me chocó hacía referencia a la situación política en Libia. No todo va a ser el coronavirus, o sí; la realidad es que continúan los ataques de Haftar contra la ciudad de Trípoli y a pesar del intento de decretar una "tregua humanitaria" por la situación actual que vivimos ante la grave pandemia mundial del COVID-19, los llamamientos de un gran número de estados miembro de la ONU, de la UNSMIL (Misión de Apoyo de las Naciones Unidas en Libia) y del secretario general de la ONU, António Guterres a un cese inmediato de los ataques, han sido inútiles. Nada, ni la llamada “tregua humanitaria” fue capaz de detener los enfrentamientos en Libia. Todo lo contrario, en las primeras horas del pasado viernes 27 de marzo se produjo la peor batalla en lo que va de año. Centenares de milicianos muertos en las inmediaciones de la aldea costera de Abu Qurayn, en el centro del país.
La situación en la que se encuentra Libia tras el asesinato de Muamar Gadafi allá por el 20 de octubre de 2011 es aún más difícil. De un lado, el general Jalifa Haftar, al mando militar del autoproclamado Ejército Nacional Libio (LNA) que controla la mayor parte del país así como los pozos petrolíferos, principal fuente de riqueza en Libia. Las tropas de Haftar son apoyadas por Rusia, Arabia Saudí, Egipto y Emiratos Árabes Unidos.
Por el otro lado están varias milicias a menudo enfrentadas entre sí y que combaten bajo el estandarte del Gobierno de Acuerdo Nacional (GNA) dirigida por el primer ministro Fayez al Sarraj con base en la capital Trípoli y que cuenta con el refrendo de la Organización de las Naciones Unidas, Turquía y Qatar pero que no tiene mucho poder fuera de la capital.
A todo ello se añade la rama libia de los Hermanos Musulmanes, uno de los partidos más grandes del país y cuyos integrantes están entre los dirigentes del GNA. Tal rechazo a los Hermanos Musulmanes es el motivo por el que Egipto tenga al general Haftar como un aliado natural.
Y si como es obvio os preguntáis: ¿a qué se debe tantos actores extranjeros? El motivo fundamental son las enormes reservas petroleras y de gas con las que cuenta el territorio libio. Dos frentes, dos gobiernos sin legitimidad secundados por distintas milicias y por aliados internacionales.
El pasado mes de enero se reunieron en Moscú los líderes de ambos bandos con el objetivo de alcanzar un acuerdo y así poner fin al conflicto, aunque sin ningún éxito.
Se habla de las similitudes que presenta este enfrentamiento con el conflicto sirio principalmente por las potencias extranjeras partícipes pero también por las fuentes de riqueza existentes -las mismas- y porque son dichas potencias quienes llevan los poderes de decisión.
Aunque pueda parecer paradójico, ése líder alocado y dictatorial que fue Gadafi gobernó Libia durante más de 40 años. Fue acusado por violaciones y abusos de los derechos humanos, lo cual es algo incuestionable pero también fue el que mayor estabilidad dio al país, convirtiendo a la nación petrolera en uno de los países con mejor nivel de vida en África, con sistema sanitario y educación pública. Hoy sin embargo, es un territorio sin ley y donde gran parte de la población le echa de menos.
Ni tregua humanitaria ni tregua definitiva, el conflicto en Libia continúa día tras día.
Un libro fabuloso que me viene a la mente en estos momentos es el del narrador y cronista estadunidense Jon Lee Anderson (California, 1957), Crónicas de un país que ya no existe. Libia, de Gadafi al colapso cuenta mucho sobre la realidad política y social del país.
Libia, el conflicto permanente.
Antonio Batalla.