Los esfuerzos salariales han sido muchos y prolongados. Ya toca, ya tocaba hace rato, que suban los salarios por justicia y por los derechos de las personas que trabajan, pero también porque es necesario para salir de la crisis rehabilitando el estado de bienestar. También toca abordar la brecha salarial de género que es una evidente discriminación y que acentúa su injustificación cuando los datos ponen en evidencia los mayores niveles de formación de las mujeres.
Prolongar la situación de bajos salarios no puede seguir solicitándose como un factor necesario para la creación de empleo, al contrario puede consolidar de manera muy perjudicial un modelo basado en un bajo valor añadido (por tanto con escasos beneficios) poco competitivo y sin expectativas de futuro.
Por otro lado, la mejora salarial es necesaria para el estímulo de la demanda interna, más aun en un contexto en el que la inflación interanual ha sido negativa y por tanto no puede recurrirse al manido argumento de que la subida salarial puede disparar los precios.
La tan cacareada salida de la crisis podría tener cierta credibilidad si empiezan a mejorar los salarios, mejorando como consecuencia los aspectos impositivos y también el balance de la seguridad social. No debemos olvidar que la viabilidad de las pensiones tiene en esto mucho que ver con retribuciones más elevadas.
Podrían argumentarse muchas más razones, como frenar la fuga de personal cualificado. La pérdida de capital humano que estamos sufriendo por emigración tendrá unos efectos devastadores para nuestro país porque tiramos por la borda muchos años de inversión pública en educación y de esfuerzos personales, porque nos alejamos de la sociedad del conocimiento.
Cada vez es más evidente que la política salarial que estamos padeciendo no obedece al progreso de la economía del país sino al interés de quienes más tienen en una escalada insaciable.